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diumenge, 3 de març del 2024

RESTAURACION POCO AGRESIVA

A los aficionados a las armas antiguas o a cualquier antigüedad “de acero”, si vienen con un acabado al pavón, se nos presenta el dilema de como restaurarlas. 

 Hay posibilidades varias y dependiendo de su estado de deterioro, del uso que vayamos a darles, del valor histórico/sentimental que tengan, de gustos, y más, deberemos elegir. Optar por repavonar es una opción, que a su vez puede hacerse de varias maneras. En frio, para armas de no mucho valor o de piezar pequeñas sin demasiada importancia, al calor y aceite en sus varias modalidades, también para piezas pequeñas y no muy expuestas a desgaste, en baño caliente de sales (sosa, nitrato potásico u otros) para armas que pretendamos que “parezcan nuevas), el sistema lento y meritorio de oxidar mediante un ácido por ejemplo y a continuación pulir, durante varios días, para al final hervir, que sería indicado para armas de una cierta entigüedad y por lo tanto sería parecido al de origen, y varios etcéteras, parecidos o derivados de alguno de los citados, y más… 

 Pero hay quien en ocasiones, prima conservar el pavón existente para conseguir mantener la pátina que el tiempo le ha proporcionado a la pieza. 

 Hemos oido cantidad de veces que lo mejor es frotar cuidadosamente con lana de acero embebida en aceite, las manchas de óxido para quitarlo lo más que se pueda, procurando dañar lo mínimo las partes pavonadas exentas de robín. Y no es mala solución, especialmente si las manchas son pocas y bien localizadas, pero resulta muy difícil evitar que el pavón existente pierda intensidad en las zonas aledañas a las citadas manchas. 

 Tomando ideas de aquí y de allá, he llegado a la técnica que me propongo explicarles. En estos momentos no tengo a mano ningún arma restaurable para mostrar el proceso, pero en su defecto utilizaré unos alicates de puntas redondas que llegaron a mi poder y me gustaría conservar lo más originales posible. Como se puede ver tienen una buenas manchas que son profundas pero distantes entre ellas, o sea que no es una oxidación uniforme. Hay quien pretendería que quedaran “como nuevas” y puliría hasta extremos ilógicos para hacer desaparecer los cráteres que ha producido el robín y luego pavonaría de nuevo con su método preferido.

Yo, en este caso pretendo parar la oxidación, limpiar los agujeros lo máximo posible y que queden pavonados para que no desentonen. Luego las colgaré al lado de otras herramientas añejas que he ido recolectando. No serán una herramienta de uso, ya tengo otras de factura actual para mi mini-taller… 


 Procedo al hervido durante una media hora aproximadamente: A continuación, el secado, que es casi automático al sacarlas del baño calientes, con un simple trapo. Y luego pulo las superficies que presentan el óxido desleído, ya no es un óxido agarrado a la superfície, sino un polvillo anaranjado que sale relativamente bien.

 

Para este fin uso una rueda-cepillo de alambre de latón, (creo) finísimo. Intentando apreciar el grosor con un palmer convencional creo que medirá como media décima de milímetro (0,05 mm.)

 

Una vez limpio todo de óxido, un poco de aceite aplicado generosamente asegurará la durabilidad del pavón, que por cierto ha sustituido las superficies que ocupaba el orín aun que no haya nivelado los cráteres, claro. 

O sea que se notarán los años y las vicisitudes que ha resistido la herramienta, pero el negro será más uniforme que si hubiera procedido a restregar con lana de acero y aceite. Esta es una buena forma de conservar la pátina que los años han depositado sobre nuestros objetos añejos que tanto apreciamos, cuanto más edad tenemos, más. 

 La explicación es lógica. Los primeros pavonados se supone que los realizó alguien que hirvió por accidente una herramienta que se había oxidado y, oh milagro, se volvió negra… A partir de esta supuesta casualidad, se procedió a lo que se conoce como pavonado “a la antigua”: Se moja la superficie limpia de grasa con algún ácido que produce una capa de óxido, al día siguiente se quita el polvillo rojizo con un cepillado enérgico y se vuelve a mojar de ácido, y así unos cuantos días. Al cabo de las repeticiones que la experiencia dicta como convenientes se le da a la pieza un buen hervor i bualá… Pavón negro y lustroso. 

 Pues aquí aprovechamos el óxido que el tiempo ha depositado que al hervirlo ennegrece el metal al tiempo que desprende el robín que se logra quitar con un pulido delicado para no producir rayones. 

 He leído que en caso de no posser medios para pulir mecánicamente, con lana de acero finísima y a mano, se consiguen resultados equivalentes, pero conste esto: lana muy muy fina. Yo no lo he probado.  

Comparativa de un antes y un después: